17. El Cuadrado


La melodía de “el cuadrado” es una de las más frescas y dinamizantes que existen. Cantada como un mántra, introduce una vida nueva e intensa en todas nuestras células. La forma de este ejercicio es particularmente interesante, pues la encontramos materializada en el desarrollo de muchas plantas. Cuando las vainas del grano del haya, por ejemplo, han estallado, una pequeña raíz sale y se aloja en la tierra. A continuación, un pequeño tallo se desarrolla que soportara las dos primeras hojas. Después, el tallo continua creciendo, otras dos hojas aparecen, perpendiculares a las dos primeras, formando pues una cruz. Es así como la planta sube, alternando los movimientos verticales (crecimiento del tallo) y los movimientos horizontales (despliegue de las hojas).

Sobre las ramas de la madreselva, del nogal, del rosal, del lilo, etc.. las hojas están también dispuestas en espirales ascendentes a lo largo del tallo de tal manera que el eje de cada hoja que crece forma un ángulo de 90 grados con el precedente. Así, encontramos en este movimiento helicoidal de crecimiento la alternancia de los dos movimientos vitales y el reparto de las hojas en forma de cruz.

De la misma manera, danzando el “cuadrado”, los movimientos de los brazos en horizontal corresponden al crecimiento de las hojas, es decir, a un trabajo acorde con las fuerzas formadoras de la materia, mientras que por los arcos semicirculares verticales que dibujamos avanzando, captamos los poderes creadores de la evolución, aquellos que hacen crecer.

A lo largo de los años, el sol recorre el círculo del zodiaco atravesando cuatro puntos cardinales llamados equinoccios y solsticios. La observación de la naturaleza ha permitido a los Iniciados conocer las cualidades de las fuerzas vertidas sobre la Tierra en estos momentos. Desde el punto de vista de las afinidades y del simbolismo, las cuatro direcciones del espacio: norte, sur, este y oeste están en relación con ellas.

Cuando danzamos el “cuadrado”, nos volvemos sucesivamente hacia estas cuatro direcciones y nos ejercitamos para captar y utilizar sus energías. El movimiento de los brazos indica que hacemos intercambios en los planos sutiles, y el movimiento de los pies, sorprendentemente paralelos, indica que buscamos un interés sobre la Tierra.

Frente al Sur:

Nos ligamos a la primavera, al sol en Aries, a Pascua. Sabemos que el Arcángel Rafael y sus millares de ángeles dirigen las fuerzas de germinación, de expansión, de vivificación, de resurrección. Sabemos que estas corrientes que manan son también curativas. Las dejamos fluir en nosotros, a través nuestro, para el bien de todos.

Frente al Este:

Nos ligamos al otoño, al sol en Libra, a la fiesta de San Miguel. El Arcángel Miguel tiene una balanza en la mano. El pesa, separa. El otoño es el periodo de la separación: es el momento en el que se separa el fruto del árbol, el grano de la paja, se recoge la uva y se queman los sarmientos. Esta separación debe hacerse en nosotros también. Son pues fuerzas de justicia, de equilibrio, de sabiduría, y sobre todo de discernimiento las que extraemos del Este a fin de decidir qué es lo que debemos guardar o rechazar, saber a qué debemos morir para vivir verdaderamente… hasta la liberación total. Fuerzas de discernimiento pues, de desprendimiento, de dominio también y de poder: es Miguel quien encadena al Dragón y quien dispone de sus fabulosas riquezas.

Frente al Norte:

Nos ligamos al verano, al sol en Cáncer, a la fiesta de San Juan. Uriel es el Arcángel del fuego, del calor, de la Luz. En esta estación todo se exalta, el fuego solar transforma los frutos ácidos que se vuelven “azúcar y miel”… Sus rayos nos ofrecen condiciones de transformación, de sublimación. Nos corresponde hacer sobre nosotros mismos este trabajo de metamorfosis gracias al fuego del Amor Divino. Si no la transformación corre el riesgo de hacerse por el fuego del sufrimiento. Uriel y sus Ángeles trabajan también en el corazón de la tierra sobre las piedras y los metales: gracias a las grandes presiones y al calor intenso del fuego subterráneo aparece el oro, los diamantes y las piedras preciosas. Es todo un trabajo alquímico el que nos proponen las fuerzas del Norte, y nosotros podemos, hasta cierto punto, elegir con qué aspecto de este fuego vamos a trabajar. El Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov ilustra esta alternativa mediante una luminosa comparación con el proceso de purificación del agua. Delante de esta, en efecto, se abren dos caminos: sea evaporarse al sol, subir hasta el cielo, para volver a caer como lluvia benefactora, sea caminar largamente bajo tierra en la oscuridad, entre rocas y arenas, y rebrotar como una fuente pura. Constantemente, el Maestro nos incita a escoger el primer camino. Nos exhorta para que mantengamos siempre el lazo con las fuerzas solares, con la armonía, la Luz, el Alto Ideal, Dios mismo y nos explica la inmensa ventaja que obtenemos de esta vía espiritual que ha denominado Surya Yoga.

Frente al Oeste:

Nos ligamos al invierno, al sol en capricornio, a Navidad. El Arcángel Gabriel utiliza los poderes de la luna que condensa y materializa las cosas, a imagen del invierno donde todo se inmoviliza y se cuaja. En este momento podemos extraer fuerzas para la realización de nuestros pensamientos, de nuestros proyectos, de nuestro ideal, así como la Naturaleza, que trabaja en secreto sobre las semillas y los capullos para preparar la eclosión primaveral, o como la madre que forma el niño en la oscuridad de su seno. Muy importantes son para nosotros estas posibilidades que nos ofrecen las corrientes del Oeste. Antes de acabar, os cito algunas palabras del Maestro sobre la figura del “cuadrado” para que podáis meditar: “El cuadrado que trazamos danzando es una figura mágica. Es la fortaleza en la cual nos podemos resguardar para estar a salvo de las fuerzas del mal”.

Nota:

El agua nos enseña que existen dos procesos de purificación: la infiltración y la evaporación. Por la infiltración, el agua penetra en la tierra y después de haber atravesado diferentes capas en las que abandona los depósitos de los que estaba cargada, sale de nuevo, purificada, potable. Simbólicamente, éste es el camino que sigue la mayoría de la gente que sin cesar son desequilibradas, maltratadas, aplastadas por los acontecimientos o por los humanos. Es a través de estos sufrimientos y de las fuertes presiones que tienen que soportar como llegan al fin a purificarse. Los discípulos, en cambio, eligen el segundo método. Es el sol quien les purifica y no la Tierra. De la misma manera que el agua se evapora bajo los efectos de los rayos del sol, el discípulo que se expone a los del sol espiritual, se calienta y se eleva en el aire, simbólicamente hablando: absorbe los elementos que se encuentran en las capas etéricas de la atmósfera y es así como se purifica. Después vuelve a descender para “regar” las plantas, los animales, los hombres. Aquéllos que trabajan para purificarse mediante la sabiduría y la luz no sufren.