22. Conocerse
El hecho de que el Maestro haya puesto este movimiento tan tarde en el desarrollo de la Paneuritmia es muy significativo, aunque, a simple vista, asombra. En efecto, ¿no nos conocemos ya, puesto que hemos ejecutado juntos veintiún movimientos y hemos recorrido al lado del otro un largo camino? ¿Nuestra relación con los demás no se ha realizado bien? Bailar con otra persona, sincronizar gestos y desplazamientos obliga a estar atento y respetuoso con la pareja. Danzar en círculo, mantener la equidistancia entre las parejas, desarrolla el cuidado de un comportamiento colectivo armonioso. ¿Entonces?
Conocerse, desde el punto de vista iniciático, es otra cosa. Es un intercambio profundo, real, esencial. Nos volvemos cara a cara, nos damos la mano, nos miramos. Ni una sola palabra, sino una mirada. Ahora bien, todo depende de la cualidad de esta mirada, y es por lo que “Conocerse” sólo puede venir después de “Vencer” y “La alegría de la Tierra”. Es decir, después de que la naturaleza superior en nosotros se haya instalado como reina y dueña. Entonces es posible este intercambio de alma a alma, de espíritu a espíritu, el encuentro ideal, verdadero, el que resuelve todos los problemas en las parejas, o entre amigos, entre socios… Porque es el reconocimiento del valor intrínseco de cada uno, cualquiera que sea la función que ocupe. Después de la mirada que se zambulle en el alma del compañero para captar la esencia de su ser, viene el movimiento: nos lanzamos hacia adelante, después nos damos la espalda. Allí, cada uno tiene su propio papel que hacer. Uno girado hacia el exterior del círculo, comulga con el océano de la sabiduría cósmica de la que capta las energías. El otro, girado hacia el interior, se zambulle en el amor cósmico y trae tesoros de él. Cuando nos volvemos de nuevo cara a cara, cada uno ofrece su parte a la unidad reconstituida, con su impulso hacia la verdad, hacia la realidad de una vida esplendida, que todos crean juntos aquí. Me gustaría ir más lejos. “Conocerse” me parece ser este grado de madurez espiritual donde reconocemos en cada ser a nuestro prójimo. Jesús dijo “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu pensamiento y con toda tu fuerza”. Este es el primer mandamiento. Y he aquí el segundo que se le parece: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¿Se ha comprendido bien alguna vez ese “ti mismo”? Estas palabras, para el Maestro, son parecidas a las de la inscripción del templo de Delfos. “Conócete a ti mismo”. Ti mismo; es decir, tu Yo superior, tu individualidad, tu ser verdadero, divino, hijo de Dios. Es allí donde el segundo mandamiento es parecido al primero, ya que parece decir: ama en tu prójimo la parcela divina y sabrás que es ti mismo. Todos los grandes místicos testimonian este estado de conciencia donde uno reconoce la unidad de todos los seres. Todas las verdaderas enseñanzas espirituales coinciden con respecto a esta noción primordial. Conocerse: momento en donde uno puede conocerse a si mismo y también al otro como parcelas de la Gran Alma Universal, en el dinamismo de una creación en perpetuo movimiento. Sí, este ejercicio genera un gran dinamismo, una alegría, una exultación que dan ganas de cantar danzando.